Llevo más de 10 días en la ciudad en que nací, en una casa que he visitado desde que estaba dentro de la panza de mi mamá. La casa ha cambiado tanto como yo.
Antes tenía un patio gigante (un terreno al lado de la casa, con mecedoras de metal, tendederos y lleno de jaulas con pajaritos que mi bisabuela Jovita amaba, los alimentaba y les cantaba temprano por las mañanas. La sala estaba hundida, como era tendencia en los 70s, con vitropiso blanco en cuadrados grandes y sillones rojos como de terciopelo con un patrón de flores. Había una ventana gigante que daba a la calle, al árbol que había en la banqueta y al lado de ese ventanal, estaba la puerta. Entrabas por un pasillo que rodeaba la sala hundida hasta la cocina, donde había una mesa gigante y usualmente ahí sentada estaba mi bisabuela. Después de la cocina encontrabas un cuartito de lavado, con una pila donde cuando era niña me gustaba meterme en los días muy calurosos del verano, como si fuera mi jacuzzi personal. Al lado estaba el baño, al final del pasillo estaba el cuarto de mi bisabuela (que tenía su propio mini patio y medio baño. Las escaleras fuera de su puerta conducían al cuarto de mi primo y luego el de mi prima. Había muebles de madera con muchos adornos y reliquias, ángeles y decoraciones bonitas, había plantas y paredes de colores.
El patio gigante eventualmente se convirtió en otra casa, donde mi Tía Hynno y su familia vivieron. Pasé muchos años y muchos cambios también en esa casa, que se me antojaba llena de vida porque mi tía amaba las decoraciones y el aire y la luz del sol, pero después de que falleció se sentía lúgubre y ahora rara vez hay alguien ahí. La sala hundida ahora es una sala común y corriente al nivel del piso, con una pantalla enorme en la pared y sillones cafés con cubresillones. La ventana a la calle desapareció, igual que el gran árbol que cortaron hace años porque sus raíces estaban levantando toda la banqueta. La puerta de la entrada ahora está en medio y tiene dos pequeños rectángulos a los lados, que la hacen de ventanas, pero por las que no se puede ver casi nada. La cocina está renovada, el cuartito de lavado desapareció para que la expandieran y ahora tiene una barra desayunadora. En la mesa ya no está mi bisabuela, falleció cuando yo apenas entraba a la adolescencia, pero está su hija. Su habitación se va a convertir en la de su hija también, durante todo el tiempo que estuve aquí este año, un albañil estuvo viniendo a hacer reparaciones y ponerle piso al mini patio. Ahora todo el piso de la casa es vitropiso como de madera. Las habitaciones de arriba ahora son 4 y hay un baño completamente funcional también.
Las paredes ya son todas blancas o beige.
No pasaba navidad aquí desde que Joan Didion falleció, recuerdo estar en la misma habitación en la que escribo esto, la más grande de la planta de arriba, acostada en la cama viendo mi celular cuando me apareció en Instagram la noticia: Joan Didion ha fallecido a los 87 años. Era 23 de diciembre y recuerdo haberme sentido muy triste, 2021 se llevó a personas importantes en mi vida. Creo que desde entonces no perdía a nadie.
Pasar aquí las últimas semanas fue una decisión que no tomé por deseo personal sino por un bien mayor, pero una vez que accedí, fue liberador. La cosa con Lerdo, Durango es que me da la impresión de que el tiempo no pasa, está el mismo parque, la misma plaza, el mismo fraccionamiento en donde vive mi familia. Claro que todos tienen pequeños cambios por fuera pero sigue igual.
El parque es el mismo por el que mis papás paseaban después de la prepa con sus amigos, está la misma fuente de sodas donde iban con sus amigos y la misma nevería chepo. Está la misma fuente con los mismos niños de metal congelados en el tiempo y la misma iglesia puntiaguda con vitrales hermosos.
Aunque el primer día que llegué aquí fue el más caótico de todo mi año. Estuve estresada toda la mañana hasta el punto de sentir ganas de vomitar cada media hora. Terminé llorando afuera de Walmart mientras mi madre y hermana me apresuraban para subir a la camioneta. El resto de los días con Lerdo como mi locación y volver a una dinámica donde estaba con familia 24/7 se sentía como estos memes


Además sabía que tenía que enviar una carta que había estado pensando en escribir y reescribir desde hacía días. La envíe, esperando que no fuera respondida, sin embargo lo fue. Mi sistema nervioso no estaba feliz. “¿Por qué siempre me haces pasar por esto?” lo imaginaba preguntándome. “Lo necesito”, le respondía. No sé porque siempre espero que las palabras puedan arreglar las cosas, la realidad es que no siempre pueden, pero no puedo evitarlo.
Pensé en mi psicóloga, en el ejercicio que me puso durante el verano que terminó conmigo diciéndole que me sentía pesada. Siempre me pregunta si puedo encontrar la sensación en mi cuerpo y en esa ocasión estaba en mi cabeza, específicamente en mi cara. “Parece que estás cansada dar la cara” me dijo, y me dio una explicación psicológica y herramientas que me ayudaron. Recordé cada una de ellas y luego me dormí.
Ni siquiera tuve tanto tiempo de pensar en eso los siguientes días, estaba rodeada de mi familia, mi mamá, mi hermana, mis tías, mis primos. Nadie sabía que había enviado una carta de despedida por WhatsApp, nadie sabía que me había decepcionado a mi también la respuesta. Todos estaban enfocados en qué comer y qué cenar, en la posada familiar, en que casi era Nochebuena, en que Ted el pug no se comiera nada que no fueran croquetas. En las noches en que era solo yo con mi celular, decidí dejar de ver redes sociales, y hacer algo que disfrutaba como leer. Terminé un libro que una compañera de trabajo me recomendó. Ayudó.
Con el paso de los días vi este post en Instagram y me sentí mejor, más en paz.
Yo había tomado la decisión de enviar la carta, yo había tomado la decisión de hablar las cosas durante el verano, porque esa es la clase de persona que era. Me ayudaba saber que quizá había cometido errores pero genuinamente había hecho lo mejor que pude. Literalmente, lo di todo y no quedaba más qué hacer.
En el libro que leí en la oscuridad, “Días sin ti” de Elvira Sastre, la parte final habla sobre sanación y perdón. Aquí algunas de mis reflexiones favoritas:
“Ella tampoco había sabido quererme a mí, sin duda, pero ¿podía culparla? ¿Se puede culpar a alguien por no saber hacer algo?”
“¿Cómo se perdona un daño? Asumiéndolo, no hay más. Sintiéndolo dentro, permitiendo que duela, no dejando que pase. No debe olvidarse, pero tampoco puede convertirse en una excusa que dure más que el propio tiempo. De igual modo el culpable también debe aceptar su error y vivir con él, sí, aunque es igual de esencial deshacerse de esa culpa. Aprender de ella, pero no esconderse en ella”.
“Convivo con la melancolía y la nostalgia. Son dos fieras a las que debo alimentar para que se calmen, pero no son mis enemigas ni me hacen daño. Me cuentan cómo fui, qué fue aquello que sentí, de qué manera viví cuando era otra persona distinta pero igual”.
“Todo eso con lo que nos castigamos según vamos cumpliendo años forma parte de quienes somos. Nos define y nos moldea, nos ayuda a tomar decisiones en el futuro, a abrir puertas y a cerrar ventanas, a confiar de nuevo y a poder identificar el daño cuando aparece, a aprender a reconocer cuándo nos hemos vuelto a equivocar —porque lo haremos—, a aceptar que no pasa nada que no tenga solución si nos hacen daño. Debemos aprender a perdonarnos pues esa es la gran falta del ser humano. El perdón a uno mismo. Y eso se da cuando, con valentía, nos enfrentamos a aquello que nos persigue. Hay que saber parar, darse la vuelta y escucharnos con paciencia, tratar de entendernos, aprendernos y perdonarnos por el daño que hemos hecho y el daño que hemos dejado que nos hicieran. Es la única manera de sobrevivir”.
No solo me resonaron por la carta que envié o el drama de verano, sino por las razones que me trajeron a Lerdo. Aún no asimilo nada de eso, aún no sé si estoy lista para hacerlo, sonaba a un problema de Enero, pero Enero ya llega mañana.
En la primera entrada dije que no quería que esto fuera deprimente y creo que así se siente, pero es fin de año y los finales se sienten como un pase libre para ponerme así.
Ayer atravesamos La Laguna de ida y regreso para ir a Galerías Torreón y mientras veía por la ventana de la camioneta, me sentí agradecida de pasar este periodo incierto de tiempo en la ciudad que me vio nacer y que vio nacer a tantas personas que amo. Ted el pug iba sacando la cabeza por la ventana del copiloto y también agradecí por él, por esa bola de pelos que llegó a alegrar nuestras vidas. Por mi mamá y por mi hermana, que me quieren incondicionalmente y a su manera, aunque sé que a veces puedo ser una fuente de frustración grande para ambas. Por mi familia de aquí que siempre nos reciben con los brazos abiertos, no importa qué o cuánto tiempo haya pasado. Por estar viva.
Espero que el 2025 sea un buen año para todos nosotros y para todas las personas que amo.
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